¿Cuántas veces te has encontrado con la palabra probióticos en el supermercado?, es una palabra muy popular y que no puede faltar cuando hablamos de alimentos saludables.
Todos contamos en nuestro intestino con un ecosistema de microorganismos vivos beneficiosos que influyen en nuestro bienestar general. Viven en su mayoría en el intestino delgado y grueso y hay de muchos tipos. Generalmente se les asocia con la salud intestinal pero recientes estudios han demostrado que pueden influir en el tratamiento de diversas patologías como lo son diabetes tipo 2, cáncer de colón, depresión y Alzheimer.
Según el Colegio Americano de Gastroenterología la función de los probióticos es de:
Estimular su sistema inmunológico.
Ayudar a prevenir infecciones.
Impedir que bacterias nocivas se adhieran y reproduzcan en el revestimiento intestinal.
Enviar señales a las células para desarrollar la mucosidad intestinal que ayuda a actuar como una barrera que protege de infecciones.
Impedir la entrada o eliminar toxinas segregadas por determinadas bacterias que pueden causar enfermedades.
Promover el crecimiento de otras bacterias que pueden mejorar la salud.
Ayudar a mantener la piel y el sistema nervioso saludables.
Los probióticos más comúnmente consumidos son cepas de dos especies principales. Estas especies también son los probióticos más estudiados: Bifidobacterias y Lactobacillus.
Las cepas probióticas son subtipos genéticos de especies. Cada cepa probiótica tiene un efecto diferente en el cuerpo. Es muy común ver en las etiquetas de los alimentos el nombre de la cepa combinado con el nombre de la especie. Por ejemplo, Lactobacillus Casei, Bifidobacterium Bifidum, Lactobacillus acidophilus, etcétera.
Cada una de estas cepas tienen beneficios específicos en nuestro cuerpo y por lo tanto el consumo mayor o menor de algunos de ellos deberá ser indicado por un profesional de la salud.
